"A la hora señalada"
Terminó el partido. Ya habían pasado los 90 minutos de la primera final. Un 2 a 2 tenso, crispado, cambiante, que dejó toda definición para el partido siguiente. Pero ahora se terminaba la segunda final, se terminaba todo después de 120 minutos. Porque fueron 90 más el alargue.
Aquel domingo 20 de noviembre de 1987, la LID tendría un campeón. O los Cascarudos del Centro Universitario de Junín o los Alguaciles de Rauch. Y sería por penales.
Sí, porque después de vapulear a su rival impiadosamente, los Cascarudos no plasmaron su dominio en la red. Fue un 0 a 0 mentiroso, pero inamovible. Tres remates cascarudos hicieron vibrar el horizontal. Un córner bombeado que pegó en el techo del travesaño , un tiro recto desde la medialuna que fue devuelto hasta la mitad de la cancha de la potencia que llevaba, y un tercero de puntín que rebotó en la parte inferior del larguero, picó en la línea, le pegó en la nuca al arquero, dio en palo derecho, le pegó en la rodilla al 2 (de Rauch), que la incrustó en las fosas nasales del arquero, para rebotar luego en el en tobillo del 9 (del Centro Universitario de Junín), pegar en el segundo palo y hundirse milagrosamente en el estómago del arquero, a esta altura sangrante por la nariz, semidesvanecido y con la respiración entrecortada por el último impacto. La carambola más larga de la historia. Pero ni aún así pudo ser.
Los Cascarudos intuyeron secretamente la maldición de la injusticia rondando el field cuando entregaron al árbitro la lista de cinco ejecutantes. Para colmo, Cirilo, su arquero, estaba entumecido de tanta quietud durante dos horas, en que no tuvo ni que agacharse para atarse los cordones de las Flecha azules. Con esa secreta angustia se encomendaron a los penales……………
Los primeros cuatro de la serie acrecentaron la ansiedad. El 5, el 8, el 6 y el 11 de los Alguaciles se mostraron precisos e inapelables. El arquero cascarudo fue, indefectiblemente, al palo opuesto. A tal punto llegó su extravío intuitivo que, en el tercer penal, como dejó de ver la pelota lo creyó tirado por sobre el travesaño y emprendió una loca carrera de festejo que fue esforzadamente detenida por sus propios compañeros, quienes lo regresaron al arco para mostrarle que el 6 rival había clavado la pelota tan al ángulo que la incrustó entre la red y el borde superior del parante interno, por eso dejó de verla.
En cambio, los primeros tres de los cascarudos entraron pidiendo permiso. Randy Mámola, el número 3 más parecido a Quique Hrabina que se haya visto en los torneos de la LID, se puso sutil justo para esto. Le dio con cara interna, pie derecho abierto, tan anunciado que solo faltó una pancarta para avisarle a dónde iba. Pero el goalkeeper alguacil pisó un desnivel del tamaño de un hoyo de golf, muy característicos en las canchas de la LID, y su estirada no alcanzó a evitar la conversión.
En el segundo, Coqui venía mirando el palo al que patearía el penal desde que salió del vestuario a jugar el partido, dado su temperamento extremadamente previsor para todos los menesteres que se le encomendaran. Hubiese convenido decirle a último momento para que no lo tuviera tan calculado. Cuando puso la pelota en el punto penal, siguió mirando tan ostensiblemente al palo derecho del arquero que el tiro no podía ir sino……al palo derecho. Y allí fue el infortunado guardameta. Claro que en su estirada no contó con la ráfaga de viento que se levantó justo para enturbiar su visión al arrojarse, provocando el típico remolino de tierra de las áreas de la LID, donde el pasto estaba más ausente que la piedad. Le pegó en la cara y entró.
El tercero del Centro Universitario de Junin fue para el infarto. Ricky tomó una larga carrera, pero un metro antes de impactar pisó la arenilla desparramada en el área para cubrir los charcos producidos por la lluvia de la noche anterior. La pierna derecha, originalmente pensada para pegarle a la pelota, pasó por arriba de ella y arrastrando guijarros llegó sin solución de continuidad el talón de la pierna izquierda. Lo que salió fue una pifia que dotó al balón de un endemoniado efecto. Entró por el medio luego de zigzaguear de un palo a otro en el camino, cual perinola sin destino. El arquero aún hoy, casi 30 años después, se pregunta cómo pudo suceder.
Y entonces, 3-4 abajo, el Tero se aprestó a ejecutar el cuarto remate cascarudo. Su condición de divo, eternamente protegido por sus compañeros en las trifulcas del mediocampo generadas por sus gestos provocativos, predisponía mal público, que hubiese disfrutado especialmente verlo fallar.
Marchó hacia el balón con el mismo trote displicente que se le conocía desde las inferiores de B.A.P, su viejo club juninense. Y cuando llegó…………la picó. Si, nueve años antes que Abreu en el mundial de Sudáfrica, el Tero le aplicó bien abajo como si el empeine fuese un taco de billar. La bola, nunca mejor empleado el término, transcurrió un viaje inercial curvo, como si el Tero hubiese previamente calculado el coeficiente de rozamiento que permitiera depositarla exactamente por encima del cuerpo estirado del arquero y dejarla picando justo al otro lado de la línea de sentencia, para que llegara mansa hasta la red, como antiguas hermanas que se reencuentran con la serenidad que dan los años, superando viejos conflictos familiares. Un silencio impresionante de admiración copó el Estadio Nacional. Por todo saludo, el Tero lanzó un gesto despectivo, algo así como, “no veo qué los asombra”, al tiempo que empinaba la botella de Canada Dry para refrescarse.
Pero quedaban las dos últimas ejecuciones.
Por Rauch, el petiso Nº 10, su mejor jugador. Los cascarudos habían perseguido en vano su rótula durante las dos finales, aunque le acertaron en varios otros puntos de su diminuta humanidad. Por el CUJ, el Mono, la aduana del mediocampo juninense. El que no pone no pasa y el que pone va preso y al hospital, con el Mono no pasaba nadie.
El Nº 10 le pegó de zurda, fuerte, a rastrón y cruzado. Todo como indica el manual, ejecución perfecta como las cuatro anteriores. Cirilo va hacia ese palo casi masticando tierra de lo pegado al piso. Siente que el viejo buzo gris claro con cuello azul vuelve a rasgarse al tiempo que el codo se incendia de dolor al chocar contra el suelo lunar del arco interminable. Y la punta de su anular izquierdo desvía apenas el disparo. La pelota pega en el palo y comienza un interminable viaje por la línea de cal………hasta dar en la base pintada del otro palo y salir hacia el área chica. El Estadio explota. Pero los cascarudos del Centro Universitario de Junín ahogan un grito de euforia que sería apresurado.
Porque esto no es igual que la primera estrella, el título de 1985, con aquél holgado triunfo en la final contra Chacabuco, el vecino aplastado por una máquina futbolística perfecta. Esto cuesta sangre, sudor y lágrimas.
El Mono acomoda la pelota. Antes de apoyarla sobre el punto penal, la mira fijamente y la gira sobre su eje de rotación, como un Galileo que se afianza en sus postulados, cada vez más convencido de lo que puede demostrar. Retrocede lentamente, midiendo al arquero, midiendo a la HISTORIA. Y patea. Patea de tal manera que el arquero no se movió. Se corrió, para que el puntazo no le arranque la cabeza. La pelota se hundió ferozmente en el arco, como un mensaje que traspasa la red hacia los confines de la tierra, anunciando hasta la afonía más desesperada: ¡¡¡¡¡Cascarudos CAMPEONES 1987 CARAJO!!!!!